MOMENTO SAPPY (UNIÓN DE SAD AND HAPPY) Estado de ánimo que formula un niño de 5 años.
Me siento frente a las teclas de este ordenador y las acaricio. Hoy es un día de entierro literario, las palabras no salen. Sé que están ahí, pero se han quedado atoradas en algún recóndito lugar de mi cerebro. Hay un centro en mi centro que añora el equilibrio, la capacidad de que las circunstancias de Ortega y Gasset ni siquiera me rocen. Sin embargo, el aprendizaje, un pelín egoísta del amor propio, me cuesta organizarlo en su justa medida. Son nimiedades y naderías (o debería decir “toderías y seriedades”) que, desde la periferia, acaban lentamente agolpándose en el centro mismo de mi alma.
Y no pido tanto, pero lo triste es que pido. Personas ajenas a mi mundo y mis cariños, lejanas y ociosas, ocupadas e ignorantes, con sus decisiones improvisadas, mueven el mecanismo de la vida y por ende, acaban descolocando mi mundo, poniendo en marcha los engranajes de una noria en la que no pedí subirme. Y cuando arriba se detiene y hago planes, la noria se mueve de nuevo y a punto estoy de estrellarme con el suelo, o de marearme, o de querer bajar de esa locura. Creo que esas circunstancias son las que más me molestan, las que llegan de lejos, de las zonas del extrarradio.
Porque yo me conformo con el silencio, con mi rutina atestada de sorpresas, con escribir cuando quiero, con leer cuando me place, con disfrutar de mi universo de caras pecosas, lápices y gomas y gritos en el patio de recreo. Porque nunca quise ser más, ni tampoco menos, porque creí en lo que hacía (y aún creo), porque las aulas, en los momentos más oscuros, dieron luz a mis días y me hicieron olvidar que fuera había un mundo que dolía.
Me gusta poner el despertador cada día apagando la jornada anterior, pensando en diez momentos especiales que sostengan con su estructura la constatación de que valió la pena el tiempo agotado. Quiero dirigir mis días, planear sin planes, un futuro en el que no creo, decidir un camino y caer en las trampas que me depare la vida. Aborrezco la rutina, la monotonía, que no lo cotidiano que me proporciona la seguridad de que todo está en su sitio. Amo las sorpresas, los momentos especiales y comentar en la cama, antes de dormirme, mil pequeños detalles que conformaron el mundo mientras estuve lejos.
Quiero ternura y buenos ratos, felicidad a raudales que entre por ventanas y puertas como el sol en primavera, besos a montones y abrazos, y el reconocimiento por lo bueno que hago y críticas constructivas por aquello que erré. Me molesta escuchar, mientras me abroncan, que hay que entender a los demás porque ya sabemos cómo son, porque desde muy pequeña aprendí que la responsabilidad se paga con lágrimas. Haz mil y falla una, y nadie lo perdonará, falla mil y haz una, y tendrás el mundo a tus pies.
Pero no quiero cambiar (ni puedo), simplemente necesito que me dejen reposar un momento, disfrutar del agua cantarina, de las caricias de un mar que inexplicablemente me habla, de una buena lectura, de un bello paisaje, de una buena compañía, de un buen amante y de un instante de silencio.
Un esfuerzo de comprensión, aunque sea incomprensible, porque no todos somos iguales ni disfrutamos de las mismas cosas, porque las sorpresas impuestas dejan de ser sorpresas y los cambios enloquecidos desorientan a las personas.
No quería haber escrito nada de esto, los dedos se pierden inconexos entre los símbolos de las teclas y vagan libremente por mi desván de ideas y deseos, tomando de aquí y de allá aquello que más les interesa. Ya dije que hoy era un día de entierro literario. Y no me equivoqué. A veces los corazones necesitan darse un paseo por una realidad que no quieren ver y hacen cosas que no quieren hacer y sienten emociones que no quieren sentir. Y entonces se reconocen contentristes, o sappy (como dice un alumno de mi hija cuando no sabe cómo definir su estado de ánimo) y se despistan, sin saber muy bien de dónde llegan las lágrimas y de dónde las risas. Es el momento de los contrastes, cuando las mariposas en el estómago se confunden con la angustia creando una amalgama multicolor de extraño sabor.
¿Y qué haces entonces? Dejas que tus dedos incontrolados escriban a un amigo un absurdo mensaje en la pantalla de un móvil “Hoy estoy contentriste” esperando que incline la balanza del lado de la felicidad.
Mayte.
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