El que sube una escalera debe empezar por el primer peldaño. Walter Scott
Corremos, corremos y seguimos corriendo. Quizá frenamos cuando es demasiado tarde.
Llego a casa, después de horas de trabajo y estrés. Todo está en silencio. Voy a la cocina, me preparo una infusión, me cambio de ropa y me siento en mi sillón favorito, ese que guarda mi forma. Lleno mis pulmones de aire, que exhalo lentamente y, por fin, abro ese libro que tengo entre manos.
Dejo este mundo y me traslado. Sólo leo. No, no tengo la impresión de perder el tiempo.
A veces me preguntan que cómo puedo leer libros tan largos. Siempre contesto lo mismo… ¿y qué prisa tengo? De hecho, hay algunos que desearía que no teminaran nunca, por muchas horas que me haya llevado su lectura. Todo se basa en la paciencia.
Vivimos en un mundo anclado a la inmediatez. Todo hay que conseguirlo ya, y la desesperación que lleva asociada la impaciencia empuja a tomar rutas equivocadas, a coger atajos que no siempre desembocan en el final correcto. El camino hay que recorrerlo, si no lo hacemos acabaremos enredados en mentiras, en trampas y problemas. Cuando era pequeña y pedía un juguete, mi madre me respondía, pídelo para tu cumpleaños. Igual era octubre y cumplo los años en mayo. No quedaba más remedio que resignarse. De nada valían pataletas, o enfados, ni malas caras, ni malas palabras (de hecho, todo esto sólo podía empeorar las cosas). Sin embargo, sin saberlo, estaba aprendiendo a ser paciente.
Desde niños sería vital cultivar esta cualidad, pero en vidas abarrotadas de actividades se hace muy cuesta arriba. Acciones que, desde mi modesto punto de vista, habrían de ser importantes, se diluyen en el quehacer diario de obligaciones que atiborran las horas. Y pongo un ejemplo.
Llega la noche y mis hijos se van a dormir. Por muy cansada que esté y por muy desordenada que esté la cocina, camino tras ellos por el pasillo. Es la hora del cuento. Con luz tenue comienzo el relato (me lo puedo inventar o leerlo). Ellos me miran con los ojos muy abiertos, atentos a mis palabras y, cuando llegamos a un momento de tensión ¡Plaf! cierro el libro. ¡Es hora de dormir! Digo.
Ellos protestan, me ruegan que siga un poquito más, pero me muestro inflexible. Mañana más.
La paciencia les servirá para todo en su vida, para reconocer el trigo entre la paja, para escuchar antes de lanzarse a hablar, a reflexionar antes de actuar, a ser capaces de disfrutar de una maravillosa lectura sin pensar que con ello están perdiendo el tiempo.
No responses yet